viernes, 18 de julio de 2014

El placer de desechar

Vaciar los bolsillos. Eliminar los pesos, auditar a los huéspedes históricos. Cuestionar las tradiciones. Destruir lo que aún parece útil, sepultar los «alguno de estos días...»; permitir que los rescoldos se apaguen y limpiar la ceniza.
Acabar con todo lo que no soy y creo ser. Cosechar de la tierra agotada y poner en barbecho la mustia. Despejar los estantes para hacer sitio a nuevos artefactos.

Y ejecutarlo a veces incluso en este plano, el material. Con una bolsa repleta de lo que nos gustaría que fuesen los recuerdos. Porque si lo fuesen podríamos tenerlos siempre inmutables, previsibles, allí donde pudiésemos controlarlos.
Pero cada talismán es solo una estampa.

Paredes desnudas. Una tabla que nunca volverá a estar rasa, pero mientras quede espacio disponible lo mantendré limpio para los cultivos de hoy y los que sembraré mañana.

Desechar me resulta mucho más placentero que consumir.

(Esa satisfacción orgánica al eutanizar residuos del pasado,
esa energía que ya no se malgastará en prolongar hebras deshilvanadas).

martes, 8 de julio de 2014

Todos mis secretos están viejos

Las dudas,
los errores,
las vergüenzas y arrogancias,
las venganzas,
las codicias
y los vicios
son gasolina estupenda para escribir
porque arden con virulencia. Esconden llamas
que sobre las ascuas proyectan
vigoroso espectáculo para el lector
abrasando un poco al artificiero.

Qué gusto estrellarse con la hoja en blanco
por depender de otros combustibles;
desafiante dificultad en su busca
hasta aprender a dibujar, no reflejar.
Así trazar historias de otros
y no la mía, ni muy al fondo.

Porque yo sigo teniendo dudas,
y errores, y vergüenzas,
y arrogancias y codicias,
y vicios, bastantes vicios.
Pero ninguno de ellos me pincha
porque hoy no lo necesitan:
ya no los tengo escondidos,
los tengo donde puedo hablar con ellos.
Todos mis secretos están viejos,
marchitos sobre el suelo en el que me revuelco.