viernes, 18 de julio de 2014

El placer de desechar

Vaciar los bolsillos. Eliminar los pesos, auditar a los huéspedes históricos. Cuestionar las tradiciones. Destruir lo que aún parece útil, sepultar los «alguno de estos días...»; permitir que los rescoldos se apaguen y limpiar la ceniza.
Acabar con todo lo que no soy y creo ser. Cosechar de la tierra agotada y poner en barbecho la mustia. Despejar los estantes para hacer sitio a nuevos artefactos.

Y ejecutarlo a veces incluso en este plano, el material. Con una bolsa repleta de lo que nos gustaría que fuesen los recuerdos. Porque si lo fuesen podríamos tenerlos siempre inmutables, previsibles, allí donde pudiésemos controlarlos.
Pero cada talismán es solo una estampa.

Paredes desnudas. Una tabla que nunca volverá a estar rasa, pero mientras quede espacio disponible lo mantendré limpio para los cultivos de hoy y los que sembraré mañana.

Desechar me resulta mucho más placentero que consumir.

(Esa satisfacción orgánica al eutanizar residuos del pasado,
esa energía que ya no se malgastará en prolongar hebras deshilvanadas).

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